La absolución


Padre Antonio, el peladito se me puso de papaya, y pues tocaba aprovechar la oportunidad, ¿no dizque desperdiciar la comida es pecado? No me mire así, padre; además, era una obra de caridad: el niño llegó diciendo que la mamá estaba enferma, que no podía trabajar, que la abuela tiesa, que el hermanito con diarrea, que el perro mocho, que el gato tuerto, que el loro mudo… mejor dicho, ese rancho es una sola tragedia, y el hijueputa del papá borracho toda la semana en una sola rasca donde las putas, mamando ron y metiendo perico porque para eso sí tiene el malparido: todo lo que gana en la construcción del hospital de la variante se lo chupa y luego llega a la casa a levantar a pata a la mujer que ya casi ni caminar puede la pobre, y pues claro, Ricardito se cansó de ver la situación y fue a buscarme para pedirme ayuda porque los mocosos de la cuadra le contaron que yo doy mercados cuando ellos se portan bien conmigo, y que si se portan muy bien hasta algo de billete puedo ponerles en los ropita interior, y como en la casa de Ricardito no hay ni con qué envenenarse, pues el pelado se puso el uniforme de educación física que me gusta y fue bañadito hasta la casa cural —aunque la verdad, padre Antonio, llegó sudado, y eso siempre me emputa, por eso es mejor bañarlos uno mismo, usted sabe—, y esperó que Esthercita lo dejara entrar… ¡Qué sería de nosotros sin Esthercita, que bien cara que nos sale! ¡Nos mata el tedio! Porque en estos barrios miserables no hay nada que lo distraiga a uno de las responsabilidades de la iglesia: que los mercados, que las confesiones, que las misas, que los enfermos, que los santos óleos, que los muertos, que las viejas chismosas, ¡No  joda! ¡Uno también tiene sus necesidades! ¿O no? A propósito, ¿qué fue del soladeño de ojitos verdes que lo tenía penando, padre Antonio? Perdón, me desvié del tema, es que cuando uno habla de esos angelitos se le olvida el mundo y solo piensa en… bueno usted ya sabe en lo que uno piensa, el caso es que hasta le hacen olvidar a uno que está en confesión y no en visita, porque para eso está la casa cural, para mamar ron y hablar de los niños, pero otra vez me estoy yendo por las ramas, padre. El caso es que Ricardito me tenía borracho con la historia de sus desdichas cuando tuve que callarlo y ponerlo a perder, y aunque el pelado sabía a lo que iba estaba muy nervioso, y empezó a sudar mucho, lo que me ofendió más, y me hizo cascarle con lo que tenía a la mano. Con decirle que el cuarto quedó lleno hostias por todos lados porque el copón salió a volar cuando azoté a Ricardito en la espalda con la cadena del incensario. Eso me pasa por no guardar el cuerpo de Cristo en el sagrario. Y ni hablar de la sangre del Señor que me chupé en un santiamén mientras el pelado se subía la pantaloneta con esa carita de yo no fui y esas lagrimitas de cocodrilo que le encienden a uno las ganas de seguir dándole por el… perdón, su eminencia, me emocioné, usted me entiende, pero padre, el problema no es ese, sino que ese maricón salió a contarle a todo el mundo que le di duro con la cadena y la espalda le quedó toda marcada, vuelta mierda, parecía un nazareno; pero eso sí, no fue capaz de hablar del mercado que le regalé ni de los treinta mil pesos que le di para que llevara a la casa. Padre, ayúdeme hablando con el alcalde para sacar a esa familia del pueblo y que no sigan jodiendo, porque la comunidad ya me está mirando raro y no me está comiendo cuento de lo que le digo en la eucaristía, y tengo miedo. Ayúdeme, Padre Antonio, vea que a todos nos conviene que ellos se vayan. Ah, padre, y si puede, deme su absolución de una vez, que entre nosotros no nos jodemos la entrada al cielo.       



Comentarios

Entradas populares